Si hablamos de princesas, nos viene a la cabeza una niña, mujer o muñeca bella ataviada con largos vestidos, preferiblemente rosas con muchos adornos y brillos. Radiante. Esta imagen está creada a partir de cuentos populares o películas infantiles, como las de factorías como Disney, que históricamente han hecho un flaco favor a la mujer y su rol en la sociedad. Querer vestir de rosa, ponerse diademas y tacones no tiene absolutamente nada de malo (como si una princesa con tacones no pudiera ser fuerte, independiente y luchadora). El problema es cuando ligado a esta imagen se proyectan cualidades como «indefensión», «fragilidad» o «debilidad». Muchas de las fábulas más populares inciden en la perpetuación de los roles patriarcales; invitando a las niñas -que sí quieren ser princesas- a vivir una fantasía llena de estereotipos machistas. No obstante, algo está cambiando. Los personajes femeninos están adquiriendo mucho más protagonismo en las nuevas historias: desde Elsa (Frozen) a Vaiana (Moana) pasando por la mítica y pionera Pocahontas. Heroínas que no necesitan ser salvadas por ningún príncipe azul.

En resumen, aquellas niñas que deseen jugar a ser princesas, vestirse como tales, que lo sean. Las que no, también. Que tengan la oportunidad de elegir lo que quieran ser, de ponerse la ropa que deseen y de hacer aquello que les haga feliz.

La educación como motor de  cambio

En lugar de juzgar a las pequeñas por su vestimenta, la belleza, sus fantasías o ponerles etiquetas, es preferible inculcarles una serie de valores que sí las definirán como la honestidad, la bondad y el respeto. Criar a niñas fuertes, valientes, libres, seguras de sí mismas, que abracen su autoestima y que se quieran aún con defectos. Enseñarles a disfrutar de los buenos momentos y a aprender de los malos, a levantarse de las caída. Para fomentar su confianza, seguridad y autoestima es necesario tratarlas con amor, afecto, respeto, valorarlas no por su apariencia sino por lo que son y potenciar su autonomía (ofreciéndoles más responsabilidades) y sus intereses. Hay que emplear una educación positiva, enfatizando su esfuerzo, sus logros y evitando la critica, un exceso de intervencionismo y permitiéndole corregir sus propios errores.

La educación es la mejor herramienta para luchar contra las injusticias y cambiar una sociedad que, a pesar de que busca la equidad, sigue siendo machista. Hay pocas cosas tan difíciles en la vida como la crianza y educación de los hijos, sin embargo hay demasiado en juego como para pasarlo por alto. Las acciones de los adultos, sus decisiones, influirán en la manera de actuar de los más pequeños de la casa y construirá su autoestima. Si los progenitores abogan por el respeto y la validación de una persona en sí misma, la sociedad será más justa y equitativa.

*Foto de Greyerbaby (www.pixabay.com)