La adaptación a la escuela infantil es un proceso que debería depender exclusivamente de la necesidad del niño, respetando su ritmo y poniendo el acento en él. A pesar de que inevitablemente existen otros factores que influyen en dicha adaptación como el trabajo  de los padres o la propia agenda del centro educativo, lo ideal sería que no resultaran determinantes, que existiera cierta flexibilidad para poder hacer un acompañamiento respetuoso a los más pequeños en el inicio de la escolarización (que, dicho sea de paso, puede resultar muy duro para los más pequeños de la casa).

Los expertos recomiendan que la adaptación se adecue a las necesidades de los niños y destacan también el papel del adulto en esta transición: con más presencia de la figura materna y/o paterna hasta que el niño coja confianza con el profesor. No existe una fórmula matemática ni mucho menos mágica en cuanto al tiempo ideal para que una adaptación sea respetuosa: habrá niños que necesiten una semana para habituarse a esta nueva realidad y otros, quizá necesiten meses. Es decir, debería haber tantas adaptaciones escolares como niños inician esta nueva etapa de su vida.

El hecho de forzar las adaptaciones puede conllevar a una ruptura de la confianza de los niños, los pequeños no son capaces de procesar que sus mayores -sus máximos referentes- les vayan a dejar en un sitio que desconocen con un adulto que no les resulta familiar porque neurológicamente no están preparados para ello. Por tanto, es vital que dicha adaptación sea respetuosa y para que esto sea una realidad y no resulte papel mojado. Es muy importante que todas las partes estén implicadas en este proceso. Sin un esfuerzo de las empresas, de las propias familias y del centro educativo es muy complicado que la adaptación resulte emocionalmente sana.

La mayoría de las escuelas infantiles o colegios de nuestro país son poco o nada flexibles en este sentido y aplican la misma adaptación a todos los niños: el primer día los pequeños asistirán alrededor de dos horas al centro, al siguiente tres horas  y así, sucesivamente, hasta que se quede el horario completo. Y esto aplicado solo a los niños menores de 3 años si hay suerte. Esta medida, adoptada por la inmensa mayoría de los centros de nuestro país, no atiende ni respeta la diversidad. La flexibilidad es vital para asegurar el éxito. Como también lo debería ser el papel de la sociedad en su conjunto, quien debería fomentar y apostar por una conciliación real.

El acompañamiento de los padres

Como no podía ser de otra manera, el papel de los padres en la adaptación a la escuela infantil es clave para su éxito. Sin embargo, es preciso destacar que quien necesita dicha adaptación es el niño y no los padres, en ocasiones el pequeño está preparado y los adultos, no. Es entonces cuando a través de sus pensamientos y emociones se produce una especie de “engache” que dificulta el acompañamiento respetuoso.

Para ayudar a los pequeños,  es importante que estos instauren unas rutinas de manera progresiva, incluso antes de que empiecen su particular escolarización. Trabajar la anticipación puede ayudar al niño a hacerse a la idea de su nueva realidad, una buena herramienta para ello es hacerlo mediante cuentos. Tan fundamental como la anticipación es mandar mensajes a los pequeños sobre la escuela infantil, decirles, por ejemplo, que podrán hacer nuevos amigos, jugar con juguetes nuevos, disfrutar de un nuevo parque infantil pero sin crearles expectativas de que van a asistir a una fiesta, pero luego no se va a ajustar a la realidad. Asimismo es primordial explicar a los hijos, por muy pequeños que sean, que los padres deben ir a trabajar porque es una necesidad familiar y hacerlo con firmeza y, por supuesto, con cariño; esto ayudará a que el niño perciba que debe asumir su nueva realidad. Cabe destacar e insistir que se trata de un “trabajo” que deben hacer tanto el adulto como el niño, no toda la responsabilidad debe recaer en el pequeño. Si se observa que el hijo muestra actitudes “preocupantes” durante su adaptación, el adulto debe transmitirle tranquilidad, calma, seguridad y evitar conductas que puedan incrementar la ansiedad del pequeño. En ocasiones poner palabras a la emoción y validarla es suficiente como para que ellos vayan asimilando a nivel emocional la situación de una forma sana.