Un niño baja al parque con sus juguetes y otros se acercan para pedirle uno de ellos (normalmente todos los pequeños quieren el mismo). Si el pequeño accede de buena gana, no pasa nada pero si éste decide no prestarlos porque está jugando con él o porque simplemente no le apetece prestarlo, se produce una situación incómoda de miradas cruzadas entre los padres y los niños, incluso algún reproche.

Muchos padres llegan incluso arrancar la pala de las manos de sus hijos para dársela a otro niño que se la ha pedido, ¿por qué la felicidad de el otro niño está por encima de la de nuestro hijo? Estas situaciones se repiten con demasiada asiduidad en zonas recreativas. Sin embargo, de igual manera que un adulto no comparte su bocadillo ni cede su teléfono móvil a un desconocido en la calle, no se debería obligar a un niño a dejar sus juguetes.

Enseñar a compartir desde el respeto

Hay que compartir”. A menudo los padres abusan de esta frase en un afán exagerado de generosidad. Sin embargo, obligar no es un buen método para enseñar a compartir, sí lo es predicar con el ejemplo. Si el progenitor fuerza una situación en contra de la voluntad del pequeño, provoca situaciones de incomprensión y frustración del niño. Éste es, además, escenario muy poco propicio para el aprendizaje.  Es importante que se respete la decisión del pequeño y permitirle que comparta cuando esté preparado para hacerlo y cuando entienda las ventajas de ésta acción.

Uno de los principios de la educación en los primeros años de la infancia es enseñar a compartir. Sin embargo, no sería mala idea, como dicen algunos expertos, retrasar esta enseñanza a más a delante, para cuando están neurológicamente preparados para comprenderlo. El objetivo es dar herramientas a los niños para que sepan gestionar estas situaciones por ellos mismos. Por ejemplo, si el pequeño tiene más de un juguete y no está jugando en ese momento, el adulto puede sugerir al hijo que le preste uno a otro niño. Al final lo importante es que se conviertan así en personas generosas y empáticas que sean capaces de entender las necesidades de otros. Pero, como en todo proceso de aprendizaje, cada cosa a su tiempo.

Los efectos de obligar a compartir

En primer lugar, obligarles a compartir contra su voluntad es un acto de poco respeto hacia el niño.

Se recomienda dialogar para llegar a un acuerdo que contente a todas las partes y hablar de turnos flexibles, consensuados o bien auto-regulados, esto es que el niño decida cuanto tiempo quiere jugar con ese objeto antes de prestárselo al hermano o al amigo. Así se conseguirá un juego más libre, respetado y, también, un mejor aprendizaje.  Eso, si todos las enseñanzas se han de realizar cuando el niño es capaz de comprender esta la complejidad de las relaciones sociales, sin ello, no han entendimiento, y se sentirá forzado a agradar sin comprender, algo que no interesa en absoluto.

 

 *Foto de kimono (www.pixabay.com)