Los expertos hace tiempo que alertan de los problemas que conlleva el declive del juego, especialmente en edad preescolar. Entre ellos destacan una mayor dificultad de aprendizaje, un aumento de los problemas de procesamiento sensorial y de las habilidades sociales básicas (interaccionar con otros niños, gestionar las emociones).

Está demostrado que los niños pequeños aprenden mejor a través del juego, sin embargo  esto no siempre se tiene en cuenta en las escuelas. De hecho, numerosos estudios denuncian que los pequeños cada vez dedican menos tiempo a jugar y  más a actividades académicas dirigidas.

El sistema educativo y algunos padres son muy exigentes y ponen mucha presión –buscando lo “mejor” para sus pequeños- en niños de corta edad y también en los profesores, dificultando todavía más su importantísima labor. Por todo ello, el juego libre queda relegado al último lugar, lo que supone un grave error ya que la mayoría de las habilidades fundamentales de la vida se desarrollan a través del juego libre. Los niños necesitan experiencias de juego sensoriales en las que participe todo su cuerpo. La falta de movimiento libre tiene incidencia en su desarrollo motor, cognitivo, sensorial y físico del niño (siendo estos más torpes). 

Sin duda el mejor escenario para desarrollar esta actividad tan importante para el desarrollo físico y mental de los pequeños es  hacerlo al aire libre. Esto se debe a que en espacios abiertos intervienen todos los sentidos y los niños tienen que adaptarse a unas condiciones que no siempre pueden controlar. El hecho de ir  al parque cada tarde ayuda a socializar con otros niños, a respetar los turnos de juego, a la resolución de problemas, etc.

El juego arriesgado (que no peligroso) fomenta la creatividad

Una investigación realizada por el BC Hospital de Niños de Canadá  concluyó que el juego arriesgado al aire libre es bueno para la salud y estimula las habilidades sociales y la creatividad.  Aquellos niños que participaban de actividades físicas (trepar en los castillos de los parques, revolcarse en los areneros, etc) tenían mostraban una mayor salud física e interacción social con todos los beneficios que conlleva llevar un estilo de vida activo.

“Los parques y entornos de juego que ofrecen elementos naturales como árboles, diferentes obstáculos, cambios de altura tienen un impacto positivo sobre la salud, la conducta y el desarrollo social. Estos espacios proporcionan a los niños la oportunidad de aprender sobre el riesgo y sus propios límites” dijo Mariana Brussoni, principal autora del estudio. Algo que no ocurre cuando se da un exceso de supervisión.

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